Todo cambia después de otro vaso de absenta. Dejas el vaso sobre la mesa, miras por la ventana y tienes tiempo de ver una línea de luz que recorre fugazmente la calle, ilumina por un instante la ropa tendida en un balcón y se clava en el portal de casa. Detrás de los cristales encendidos adivinas las siluetas de los Nohisom, que desaparecen en oscuridad de la escalera. Ahora pasan las primas Tonel, que corren hacia el teatro aferradas al bolso.
Y siempre esa luz que proyecta claroscuros en todos los rostros que encuentra, todos anónimos y a la vez protagonistas del día a día. ¿Qué les pasa por la cabeza? ¿Qué penas los aquejan? ¿Qué secretas alegrías? ¿Por qué no se ríe nunca el camarero Zero? Borris Sol araña la guitarra y saca una canción de amor que solo su hermano valorará como es debido. Las persianas del señor Bunker lo vigilan todo. La luz declina.
Tina Vallès observa la vida que transcurre en la escalera, en las calles, en el barrio. Imagina rastros de historias en las sombras disfrazadas de normalidad. Y lo hace con la sutileza y la precisión de una luz fugaz que enfoca el más pequeño detalle.